Hace un par de días atrás, revisaba facebook para ver si tenía alguna novedad y me encontré con la siguiente cita en el estado de uno de mis cyber amigos:
“Pregúntale al niño que fuiste, si te has convertido
en el adulto que siempre quisiste ser”.
en el adulto que siempre quisiste ser”.
Cuando lo leí, recordé inmediatamente un ejercicio que siempre me he invitado a hacer.
Todos tenemos fotos de cuando éramos pequeños, ¿verdad?
Lo más probable es que esas mismas fotos las hayamos escondido cuando llevábamos a nuestras citas a la casa, por temor a que nuestra madre o padre sacara el aterrador álbum de fotos. Bueno, ahora esas fotos pueden tener una utilidad muy práctica.
Cuando somos niños somos maravillosamente ingenuos.
Cuando somos adolescentes nos creemos invencibles y cuando nos vamos convirtiendo en adultos, ambas cosas se van perdiendo para hacerse cargo de “las cosas de grande” que llegan a nuestra vida. El mundo nos envuelve, mata nuestros sueños y los suple por sueños que son del mundo, no de Dios.
Pero hay sueños que no deberían irse con nuestra niñez o adolescencia; hay sueños que deberían durar POR SIEMPRE.
Cada uno de nosotros soñó con ser, hacer o tener algo en su vida. Cada vez que cumplíamos años sentíamos que estábamos más cerca y cuando empezaron a añadirse velas en nuestro pastel de cumpleaños y veíamos que estábamos en el mismo lugar, ese sueño parecía más lejano, llegando incluso, a ser extraño para nosotros. Yo, por dar un ejemplo; soñé siempre con honrar y cuidar a mis padres en su vejez. Comprarles una casa, cubrir sus necesidades, amarlos y respetarlos. El sueño de la casa se disipó con los años, y la distancia me hace imposible cumplir mi sueño de cuidarlos y mimarlos. Y no quiero aceptarlo pero la verdad es que...
...nos cansamos.
Nos cansamos de perseguir nuestros sueños y lo justificamos con que fueron sueños infantiles, inmaduros y producto de las utopías que tejemos en la adolescencia. Ya no hay pasión por vivir. Ya no hay novedad. Ya no hay metas.
Cuando esta situación ocurra, toma una de tus fotos de niño.
Mírate, reconócete y conéctate con los sueños y planes que tenías a esa edad; tal vez muchos de ellos eran tener algún juguete o comer una determinada cosa, pero vé más allá, conéctate con el sentimiento de desear algo con toda la fuerza de tu ser y de sentir que nada era imposible, que con solo quererlo ya lo ibas a obtener.
No le falles a ese niño que soñó con tantas cosas, a ese niño con hambre de soñar, de aprender, de vivir…No te falles a ti mismo negándote la oportunidad de sorprenderte de ti mismo por las cosas que eres capaz de hacer.
Es cierto, la lógica indica que las cosas hay que verlas para creerlas, pero recuerda esto:
La mayoría de nuestros sueños, son sueños de Dios para nuestras vidas. El te ha elejido desde el vientre de tu madre y ha diseñado cada detalle de nuestro ser, de nuestra personalidad, y obviamente de lo que debemos soñar para llegar a ser lo que El necesita que seamos para Su gloria. El mundo nos ha envuelto con su lógica de ver para creer, pero la lógica de Dios es locura para el mundo, El necesita que primero CREAS para poder VER tus sueños cumplirse.
Yo no quiero renunciar a mis sueños.
¿Y tú?
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