Vivió la humildad espiritual, y sin
embargo, a nivel humano tenía mucho de qué enorgullecerse. Como autora
de más de 70 libros y traductora de muchos otros al Afrikáans, Annalou
Marais tenía mucho de qué alardear, pero ella le preocupaba más darle
honra a Cristo que promocionarse a sí misma.
Trabajaba tras bambalinas
en la conferencia bíblica, haciendo las labores de una sierva con una sonrisa y un corazón gozoso. Habría sido natural
para ella desear, e incluso merecer los reflectores. En vez de ello,
servía en silencio, llorando de gozo cuando Dios obraba en los corazones de las personas. Era una humildad impresionante, porque era totalmente auténtica.
Cada
día que pasa, me asombro y me conmuevo con la cantidad de personas que
hacen lo que deben hacer sin esperar nada a cambio, ni siquiera el más
pequeño reconocimiento. Madres heroínas que amanecen en el mercado 4
listas para luchar por sus hijos con una sonrisa en los labios, padres
que salen a enfrentar la calle para darle lo mejor a su familia, jóvenes
huérfanos que se hechan al hombro la pesada carga familiar, hombres y
mujeres anónimos que luchan por sus derechos y los nuestros, maestras de
escuelas rurales, pastores de iglesias pobres y paupérrimas, misioneros
en los más inhóspitos lugares de la tierra, y aquellos que hacen que
las cosas funcionen para que otros se lleven el crédito (realmente no
les importa, sólo les importa servir).
He escuchado decir:
“Es asombroso lo que se puede lograr cuando no nos importa quién se lleva el crédito”.
Ciertamente esto se aplica al servicio cristiano, Pablo
le dijo a la iglesia en Corinto: “Yo planté, Apolos regó; pero el
crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que
riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Corintios 3:6-7). Pablo
había aprendido esa gran lección acerca del corazón del siervo, tal y
como la había aprendido Annalou: se trata enteramente de Dios. Lo que
hacemos se logra por medio de Su poder y gracia, y toda la gloria debe dársele a Él.
Leer sobre Annalou y
recordar a tantos siervos anónimos es una lección de humildad, una
lección que me recuerda la riqueza de servir a Dios.
Reflexión:
La vanidad y la gracia no pueden morar en el mismo lugar.
“Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” 1 Corintios 3:7
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