Esta
historia (que se parece a la de mis padres) tocó mi corazón de tal
manera que no la pude leer sin dejar de llorar. La comparto con ustedes
porque esta es la clase de amor por el que batallamos cada día con mi
esposa Carmen, y creo definitivamente, con 26 años de matrimonio, que
vamos por buen camino. La sentí apropiada para dar un broche de oro a la
campaña de los 50 días de amor. Espero que sea de bendición para sus
vidas...
Un
famoso maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que
estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que
el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que
es preferible acabar con la relación cuando este se apaga, en lugar
de entrar a la hueca monotonía del matrimonio.
El
maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relató lo
siguiente:
"Mis
padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras
para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto.
Cayó, mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la
subió a la camioneta.
A
toda velocidad, rebasando, sin respetar los altos, condujo hasta el
hospital. Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido.
Durante
el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no
lloró.
Esa
noche sus hijos nos reunimos con él.
En
un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas.
El
pidió a mi hermano teólogo que le dijera
donde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó
a hablar de la vida después de la muerte, conjeturó cómo y donde
estaría ella.
Mi
padre escuchaba con gran atención.
De
pronto pidió: "llévenme al cementerio".
Papá
-respondimos-, ¡son las 11 de la noche, no podemos ir al cementerio ahora!
Alzó
la voz y con una mirada vidriosa dijo:
"No
discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la
que fue su esposa por 55 años".
Se
produjo un momento de respetuoso silencio.
No
discutimos más.
Fuimos
al cementerio, pedimos permiso al velador, con una linterna llegamos a la
lápida.
Mi
padre la acarició, lloró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena
conmovidos:
"Fueron 55 buenos años... saben?
Nadie
puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida
con una mujer así".
Hizo
una pausa y se limpio la cara.
"Ella
y yo estuvimos juntos en aquella crisis, cambio de empleo", continuó,
"..hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad,
compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos
uno al lado del otro la partida de seres queridos, oramos juntos en la sala de
espera de algunos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada
Navidad, y perdonamos nuestros errores...
Hijos,
ahora se ha ido y estoy contento, ¿saben por que?, porque se fue antes que yo,
no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después
de mi partida. Seré yo quien pase por eso, y le doy gracias a Dios. La amo
tanto que no me hubiera gustado que sufriera...
"Cuando mi padre terminó de
hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lagrimas.
Lo
abrazamos y él nos consoló:
"Todo está bien hijos, podemos irnos a casa;
ha sido un buen día".
Esa
noche entendí lo que es el verdadero amor.
Dista
mucho del romanticismo, no tiene que ver demasiado con el erotismo, más bien se
vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente
comprometidas.
Cuando
el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle,
ese tipo de amor era algo que no conocían.
Anónimo
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.
1 Corintios 13:4-8